Abû Hurairah, que Allâh esté complacido de él

En el Nombre de Allâh, Misericordioso, Compasivo. Alabado sea Allâh por habernos traído al Camino Recto, honrado con el Islam y guiarnos a la fe. Sus bendiciones sean con el sello de los Mensajeros y Profetas, quien transmitió el Mensaje y cumplió con lo que Allâh le encomendó, hasta que lo alcanzó la muerte por Su orden. Que las bendiciones y la paz de Allâh sean con él, su virtuosa familia y sus distinguidos compañeros.

Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) será siempre recordado como el sahâbi que memorizó y transmitió una enorme cantidad de ahâdîth de Rasûlullâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam). Si bien eso solo es una característica noble y los musulmanes le debemos mucho por preservar el valioso legado del Profeta Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) fue más que una persona con una memoria increíble. Amaba los gatos, se dedicó a su madre y mucho más aún a Allâh y Su Mensajero. Fue miembro del grupo conocido como AhlusSuffah y en el jilafah de ‘Umar Ibn Al-Jattab (radiallâhu ‘anhu) fue nombrado gobernador de Bahrain. Abû Hurairah falleció en el año 681 E.C. a la edad de setenta y ocho años.

Abu Hurairah (radiallâhu ‘anhu) nació en la tribu yemení de Daus, en el área conocida como Tihama. Abrazó el Islam por invitación del jefe de la tribu y fue uno de los primeros en hacerlo. Siete años después de la Hiÿrah se dirigió a Madinah con una pequeña delegación y conoció al Profeta Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam). Ese fue el comienzo de una amistad que duraría toda una vida, una relación de la cual los musulmanes nos seguimos beneficiando hoy en día.

El nombre “Abû Hurairah” no fue el que recibió al nacer, esa era su kunia, y significa “Padre de los gatos”. Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) amaba los gatos; tenía una relación tan simbiótica con ellos que cuando el Profeta Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) le cambió su nombre de ‘Abdush-Shams por ‘Abdur-Rahmân, retuvo su kunia. El siervo del sol (‘Abdush-Shams) se convirtió en siervo del más Clemente (‘Abdur-Rahmân), y era muy dedicado a su Profeta, ya que pasaba el mayor tiempo posible a su lado, y ya desde el principio trataba de recordar cada palabra que él (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) decía.

Se estima que Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) narró aproximadamente 5.375 ahadîth. Se cuenta que tenía una memoria formidable, y la explicación se puede encontrar en los ahadîth. Dijo una vez: “Yo le dije al Mensajero de Allâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam): “Escucho muchas narraciones tuyas pero las olvido”; Rasûlullâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) me dijo: “Abre tus ropas”. Lo hice y movió sus manos como llenándolas con algo y las vació en mi ropa, luego dijo: “Toma esta sábana y envuélvete en ella”. Lo hice, y después de ese momento no volví a olvidar nada”.

Cuando Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) decidió permanecer en Madînah para estar cerca del Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), se convirtió en miembro de un grupo conocido como AhlusSuffah. Estos eran gente pobre que residían en la mezquita hasta tener posibilidad de mantenerse por sí mismos. Mientras permanecían allí, vivían de la sadaqah, y el Mensajero de Allâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) les daba a ellos toda la sadaqah que recibía, así como sus regalos. Muchos de ellos, como Abû Hurairah, estaban en la miseria con poco más que la ropa que llevaban puesta. Se cuenta que él se recostaba en el piso o ataba una piedra en su estómago para aplacar el intenso dolor producto del hambre.

Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) llegó a Madînah junto con su madre. Se dedicaba mucho a ella y le entristecía de sobremanera ver que rechazaba el llamado del Islam. Un día, luego de un incidente particular en que ella había insultado al Mensajero de Allâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), él fue hacia él con lágrimas en sus ojos. El Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) le preguntó qué ocurría, y él respondió: “Nunca dejé de invitar a mi madre al Islam, pero siempre me rechaza. Hoy lo hice de nuevo y dijo palabras de las cuales me avergüenzo. Por favor, suplícale a Allâh el Altísimo para que su corazón se incline al Islam”. Rasûlullâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) hizo du‘â por la madre de Abû Hurairah, y este dijo después: “Fui a casa y encontré la puerta cerrada. Escuché el sonido del agua y, cuando intenté entrar, mi madre dijo: “Oh, Abû Hurairah, quédate donde estás”. Luego me indicó que entrara, lo hice y dijo: “Atestiguo que no hay divinidad más que Allâh y atestiguo que Muhammad es Su Siervo y Mensajero”. Entonces, volví corriendo hacia la Mezquita, llorando esta vez de alegría y le dije a Rasûlullâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam): “¡Allâh ha respondido a tu súplica! Mensajero de Allâh, suplica a Allâh para que pueda infundir amor por mí y por mi madre también en los siervos creyentes y que nuestros corazones se llenen con su amor, tras lo cual el Mensajero de Allâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) dijo: “Oh Allâh, haz que este pequeño servidor tuyo y su madre sean amados por cada musulmán y musulmana”. Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) dijo: “Este Du‘â fue concedido por Allâh de tal manera que jamás nació ningún creyente que haya oído hablar de mí y que me haya visto, y que no me haya amado”.

Mirando su pasado, Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) decía que había presenciado tres grandes tragedias: la partida de Rasûlullâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) de esta vida mundana, la muerte de ‘Uthmân (radiallâhu ‘anhu), y la desaparición del Mizuad. Cuando le preguntaron qué era eso, dijo que, en una de las excursiones junto al Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), él preguntó si alguien tenía algo de comida. Una persona dijo que tenía consigo un Mizuad, una pequeña bolsa de provisiones y en ella había algunos dátiles. El Nabî (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) pidió que se la entregaran, hizo Du‘â sobre los dátiles y los distribuyó entre los presentes. Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) explicó que comió de su porción durante la vida del Nabî (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) y la jilâfa de Abû Bakr, ‘Umar y ‘Uthmân (radiallâhu ‘anhum).

El Jalifah ‘Umar Ibn Al-Jattab (radiallâhu ‘anhu) lo designó como gobernador de Bahrain, pero luego de un corto período dejó el cargo y regresó a Madinah, donde vivió el resto de su vida recluido. Los tiempos estaban cambiando y Abû Hurairah prefirió llevar una vida austera recordando a Allâh y el nacimiento de la Ummah islámica. Cuando tomó el don que Allâh le dio y lo puso en servicio del Islam, no tenía idea de que miles de millones de musulmanes en el futuro lo nombrarían cada vez que estudiaran sobre la vida y la época del Profeta Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) y la religión del Islam.

“Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) narro que Rasûlullâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) dijo…”, esta es una frase que todos usamos en algún momento u otro. La vida de este hombre es testimonio de que Allâh nos brinda las habilidades y dones que necesitamos para vivir en este mundo de la mejor manera y para cumplir nuestro destino.

Zaid Bin Thâbit (radiallâhu ‘anhu) dijo: “Estábamos junto a Abû Hurairah rogando y alabando a Allâh en la Mezquita, con un amigo, apareció de pronto el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), se dirigió a nosotros y nos dijo: “Volved a lo que hacíais”. Comenzamos con mi compañero a rogar a Allâh antes que Abû Hurairah lo hiciera. Rasûlullâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) exclamaba “Âmîn” al final de cada ruego. Cuando le llegó el turno a Abû Hurairah, hizo el siguiente ruego: “¡Oh Allâh! ¡Te pido lo mismo que te pidieron mis dos hermanos! ¡! Y también te pido me concedas un conocimiento que no se olvide”. El Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) dijo: “Âmîn” Nosotros dijimos: “¡Nosotros también pedimos a Allâh un conocimiento que no se olvide!” Sin embargo, el Mensajero de AllÂh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) dijo: “Se os adelantó el joven de Daus”.

Con la misma fuerza que Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) deseaba tener conocimiento, también lo deseaba para los demás. Esto lo demuestra la siguiente anécdota: Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) pasaba cierto día por el mercado de Madinah y se molestó al ver cuánto se preocupaba la gente por las cosas mundanales y con qué dedicación se entregaban a la compraventa y a tomar o entregar las mercaderías. Se detuvo y les dijo: “¡Qué inútiles sois, gente de Madînah!” La gente preguntó: “¿Qué te hace pensar eso, Abû Hurairah?” Les dijo: “¡La herencia de Rasûlullâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) se está repartiendo y ustedes están aquí en el mercado! ¿No van a ir a recibir su parte?”. Ellos preguntaron: “¿Y dónde está lo que dices, Abû Hurairah?” Les dijo: “En la Mezquita”. Se dirigieron a toda prisa hacia la Mezquita del Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam). Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) los aguardó en el mercado. Cuando volvieron y lo vieron allí, dijeron: “¡Oh Abû Hurairah! ¡Fuimos a la Mezquita y no vimos que allí se esté repartiendo nada!” Les dijo: “¿Es que no vieron a nadie en la Mezquita?” Respondieron: “Si, claro que sí. Vimos algunas personas orando, a otros recitando el Qurân y vimos a otros estudiando lo que Allâh permitió y lo que Allâh prohibió” Les dijo: “¡Ay de ustedes! ¡Ésa es la herencia del Mensajero de Allâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam)!”.

Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) padeció como nadie, por su entrega al estudio, a la ciencia y al aprendizaje de las palabras de Rasûlullâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) en todo momento. El mismo relataba: “A veces tenía tanta hambre que preguntaba a los sahâbah por alguna âyah del Qurân, aun sabiéndola, sólo para ser invitado a sus casas a comer. En una ocasión estaba tan hambriento, que tuve que amarrarme una piedra al estómago y me senté en el camino de los sahâbah. Abû Bakr (radiallâhu ‘anhu) pasó por allí y le pregunté por una âyah del Qurân, lo hice premeditadamente, para ser invitado, pero no lo hizo. Luego pasó ‘Umar (radiallâhu ‘anhu) e hice lo mismo; pero él tampoco me invitó. Finalmente pasó el Mensajero de Allâh (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) y me vio. Supo del hambre que tenía y dijo: “¡Ven Abû Hurairah!”. Lo seguí hasta su casa, entré con él, encontró una vasija con leche, entonces preguntó a su familia: “¿De dónde conseguisteis esto?” Su familia respondió: “Lo mandó alguien para ti”. El Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) dijo: “Dirígete Abû Hurairah, hasta la gente de Suffah y convídales”. Me apené por ello, luego pensé: ¿Cuánto los saciará este pequeño pote de leche? Me tenté de beber un poco primero, para ganar fuerzas, y luego ir a llamarlos. Sin embargo, fui a la gente de Suffah y los invité. Cuando llegaron, el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) me dijo: “Dales de beber”. Les fui dando de beber hasta que bebieron todos. Luego acerqué la vasija hacia el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), él levantó su rostro y me dijo sonriente: “Quedamos tú y yo”. Respondí: “Es verdad Mensajero de Allâh”. Me dijo: “¡Bebe!” Y yo bebí un sorbo. Luego me dijo nuevamente: “¡Bebe!” Bebí otro sorbo. Siguió así hasta que no pude más y dije: “¡Por Quién te envió con la verdad! No puedo beber más”. Luego tomó el recipiente y bebió del resto”.

No pasó mucho tiempo desde aquello hasta que las riquezas de la tierra empezaron a llegar a Madinah y los musulmanes empezaron a gozar de los resultados de sus victorias. Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) pasó a tener fortuna, casa y bienes. También se casó y tuvo hijos. Sin embargo, todo esto no cambió su alma buena y generosa, para nada. Tampoco olvidó sus días de necesidad, constantemente solía decir: “Me crie como un huérfano, emigré pobre y trabajaba como jornalero con Busra Bint Gazuân, por comida. Solía servir a la gente cuando acampaban, y solía guiar a sus animales cuando montaban. Y Allâh me agració con Busra, a la cual yo servía”.

Abû Hurairah fue varias veces gobernador de Madinah, nombrado por Mu‘âwiah Ibn Abû Sufiân. Este cargo tan alto no cambió en nada su bondad ni su tolerancia. Reunía muchas virtudes; era sabio y tolerante; temeroso de Allâh y piadoso. Solía ayunar durante el día y pasar un tercio de la noche orando; despertaba a su esposa para pasar el segundo tercio de la noche en oración y ella, despertaba a su hija para que pasase el último tercio de la noche orando. Así lograban que la adoración y la alabanza a Allâh, permaneciera toda la noche en su hogar.

Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) pasó toda su vida dando buen trato y cariño a su madre. Cada vez que salía de la casa, se detenía junto a su puerta y decía: “La paz sea contigo madre, junto con la gracia y las bendiciones de Allâh” Su madre respondía: “Que la paz, la gracia y las bendiciones de Allâh, también sean contigo” El respondía: “Que Allâh tenga piedad de ti, así como me criaste de pequeño” Su madre le decía luego: “Y que Allâh se apiade de ti también, por el buen trato que me diste de grande”. Esto lo repetía, al volver a su casa.

Cuando enfermó gravemente, a punto de ser inevitable su muerte, lloró desconsoladamente; le dijeron: “¿Qué es lo que te hace llorar?” Dijo: “No creáis que lloro por este mundo que dejo. Lloro por lo largo del viaje y lo poco de las provisiones. Estoy al final de un camino que me llevará al Infierno o al Paraíso”.

Marwân Ibn Al-Hakam lo visitó y le oyó decir: “¡Oh Allâh! Ciertamente me complace encontrarme contigo. Espero que a ti también te complazca encontrarme. Señor, apresura el encuentro”. Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu) falleció el año 58 de la Hiÿrah, en la ciudad de Madinah.

Hermanos y hermanas, roguemos a Allâh para que nos conceda el don de entender y aprender del ejemplo y las enseñanzas invaluables que nos dejaron personas tan nobles como Abû Hurairah (radiallâhu ‘anhu). Âmîn.

Wassalamu ‘alaikum wa Rahmatullâhi wa Barakatuh

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